Opinión

Álvaro Vicioso Alfaro, secretario de Acción Sindical, Salud Laboral y Medio Ambiente de FeSMC-UGT

Álvaro Vicioso Alfaro, secretario de Acción Sindical, Salud Laboral y Medio Ambiente de FeSMC-UGT

La locura de pensarse y actuar en consecuencia

No estamos lokos
Que sabemos lo que queremos
Vive la vida
Igual que si fuera un sueño
Ketama

Como en ocasiones algún amigo me dice que me pongo un tanto excesivo con mis citas, hoy he decidido empezar con esta canción de Ketama. A lo mejor resulto ser menos intenso, aunque no pretendo ser menos serio.

En ocasiones me pregunto si me empeño en andar caminos que a nadie interesan. Pero después de 22 años de trayectoria sindical, es urgente, necesario e incluso sano, el pensar qué somos, cómo lo somos y para qué lo somos. La alternativa a pensar lo que hago sería actuar sin pensar o, peor, que lo que diga pensar no sea sino una justificación de lo que hago, con lo que la conducta posiblemente sea emocional, meramente reactiva y, quizás, ajena a la ética.

Y la ética personal, debe guiar la conducta, porque como decía nuestro fundador “No sólo hacen adeptos los partidos [aquí, léase, sindicatos] con sus doctrinas, sino con buenos ejemplos y la recta conducta de sus hombres [aquí, léase, …y mujeres]

Y es que, para no parecer loco, necesito tener muy claro qué es lo que quiero y sobre todo qué es lo que no quiero, en modo alguno. Y, además, estoy obligado a pensar en por qué lo quiero y, en mi caso, explicarlo. De otro modo, se acabarán imponiendo las lecturas simplistas del mundo, las visiones uniformes, los discursos únicos, totalitarios, que nadie discute, porque nadie se atreve a hacerlo. Hemos luchado demasiados años contra eso como para permitirlo ahora.

Decimos que una de nuestras principales razones de ser es la solidaridad. Nuestros estatutos confederales hablan de solidaridad moral y material. Para más adelante decir que nuestra administración de medios materiales y humanos debe estar inspirada precisamente por esa solidaridad.

De modo que, por mucho que en los tiempos que corren sea un término un tanto manoseado, la solidaridad moral debe ser empática[1]. En términos del DRAE, debe contar con la capacidad de identificarse con las otras personas y de compartir sus sentimientos. Por tanto, la empatía no produce efectos cuando es meramente dicha, sino cuando es sentida por la otra persona, en tanto que el prefijo em a lo que apunta es a un movimiento interno, del alma. Dicho sin que aquí tenga una connotación necesariamente religiosa.

Para que la solidaridad pueda ser moral (empática) y material, para poder trasmitir, sin palabras huecas, quizás nuestra solidaridad debe ser, además, simpática. De nuevo, en su sentido más etimológico porque sim significaría reunión, convergencia, encuentro. Por lo tanto, la simpatía, además de gracejo, es identidad en la emoción, en el sentimiento, en la conmoción, en el sufrimiento.

Para todo ello hay dos elementos de acompañamiento que hacen posible la solidaridad y de los que cada día nuestra sociedad adolece más: el respeto y el diálogo. Ambos dotan a la solidaridad de contenido concreto. Y más importante es en el día a día, en organizaciones sociales como la nuestra.

Porque, sin respeto por la otra persona, la solidaridad no se desenvuelve entre iguales. En realidad, no será solidaridad, sino caridad para acallar nuestras conciencias. Porque la solidaridad, tal y como la entiendo, exige una relación entre iguales.

Porque cuando los y las iguales se comunican, dialogan. Intentan obtener el conocimiento (logos) a través (día) de la interlocución. La búsqueda de la verdad como tarea compartida, como diría Machado:

¿Tú verdad? no, la verdad;

y ven conmigo a buscarla.

La tuya guárdatela.[2]

Porque, en las organizaciones democráticas, como la nuestra, demostramos que resistimos a esa tendencia a la polarización y a la falsa dicotomía del “conmigo o contra mi” y elaboramos mensajes en el debate, en el diálogo. Un debate que debe es enriquecedor y generador de resultados en forma de un discurso común, que a todos nos obliga. Desde el máximo o la máxima representante del Sindicato hasta la militancia recién llegada.

Y de acuerdo con nuestros Estatutos, los medios materiales, sobre todo, y también los humanos, tienen justificación, no por sí mismos, sino que deben estar dirigidos a esa finalidad superior de la solidaridad.

Y los medios materiales y humanos, bien lo sabemos, son escasos. Y, porque lo son, deben ser empleados de la manera más eficaz. Entendiendo que la eficacia, la mayor utilidad en nuestro sindicato se produce cuando nos ocupamos, preferentemente, de quienes se encuentran en situación de mayor necesidad.

Puede que el sindicalismo no tenga la fuerza para hacer justicia que tienen los tribunales, ni la potencial eficacia que pueden desplegar las administraciones, ni la verdad que dicen tener los libros de Historia.

Pero el sindicalismo tiene algo de lo que todo lo demás carece: emoción.

Y si cada día somos más quienes dejamos de sentirnos solos y solas en este empeño, tal vez, logremos el calor del mutuo apoyo. Mutuo apoyo que ayudará a combatir el crecimiento del individualismo y la defensa del interés colectivo.

Porque, nada como hacer camino sindical con la clase trabajadora para transmitir a la sociedad el potencial directo del colectivo y su incidencia mediante la movilización.

Está claro que la lucha obrera en la calle reunifica a la clase trabajadora sea de donde de sea. Lo más primigenio, lo más atávico que es luchar por la supervivencia, también une a un colectivo que lucha. Y ésa, y no otra es la esencia del sindicalismo activo. En la pelea por lo común, en la defensa del interés de los desfavorecidos, uno se siente menos solo.

Todos y todas sabemos que la tarea sindical exige abnegación, dedicación, esfuerzo y convencimiento de que lo que hacemos es necesario. Que si no lo hacemos bien, dejaremos a muchas personas en el desamparo. Y que, además, nuestra labor no siempre será reconocida. No lo será, desde luego, si no somos capaces de contar correctamente qué queremos, por qué lo queremos y cuáles son nuestros objetivos.

Y dentro de esos objetivos siempre es fácil enredarnos entre cantidad y calidad. Nuestra razón de ser es que logremos ser más, a la vez que ser mejores. Y si conseguimos ser mejores, y parecerlo, a buen seguro que seremos más. Y, entendedme, no renuncio ni mucho menos a que seamos más, porque eso nos hará más fuertes, potencialmente más eficaces. Potencialmente, pero no necesariamente. Nuestra eficacia nace de la definición de unos objetivos claros y adecuados con nuestra razón de ser, de la adecuación de cada conducta y comportamiento personal a esos objetivos, de la capacidad para explicitar nuestra acción sindical y, por fin, fuerza para realizar la tarea.

Y, a veces, el principal obstáculo para todo ello no es otro que el “yo mismo”. Vuelvo a Machado y a esa especie de socias que era Juan de Mairena cuando dice que “la verdad del hombre empieza donde acaba su propia tontería[3]. Pero, no olvidemos que a continuación añade que “la tontería del hombre es inagotable”. ¡Empeñémonos en desmentir a Juan de Mairena, en lo que al “yo” se refiere!

[1] http://etimologias.dechile.net/?empati.a#:~:text=La%20palabra%20empat%C3%ADa%20fue%20tomada,por%20Galeno%20en%20el%20s.

https://dicciomed.usal.es/palabra/empatia

[2] Proverbios y cantares, LXXXV

[3] Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo.