Opinión

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. Comunicación FeSMC-UGT

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. Comunicación FeSMC-UGT

Selección (informativa) natural

Ser selectivos en el terreno puramente intelectual debería formar parte de nuestra naturaleza humana -no sé si es así- y, especialmente, en los tiempos que vivimos, donde los impactos que recibimos a diario para captar nuestra atención, nuestro interés, tienden a infinito.

Que somos selectivos en ámbitos estrictamente biológicos, naturales, psicológicos e incluso emocionales, parece que está comprobado antropológicamente, es decir, desde la ciencia. Es algo que forma parte de nuestra evolución, que ha permitido la conservación de la especie, supongo. La cuestión sería preguntarnos si estamos siendo selectivos intelectualmente -dando por hecho que alguna vez lo fuimos, desde una mirada histórica- que es el tema que nos ocupa.

Haced una prueba, un esfuerzo consciente durante todo un día: contad (y apuntad) el número de inputs que recibís a través de las nuevas tecnologías y de cualquier otro canal que forme parte de vuestro entorno: desde la publicidad gráfica que aparece en las paredes del Metro, o en las paradas del bus, hasta los whatsapp que recibís, los emails que leéis, las noticias que miráis en televisión, las conversaciones que os llegan en la cafetería en la que desayunáis, o las que mantenéis con amigos, compañeros o familiares: ¿Te has enterado de esto?, ¿has visto lo que ha pasado?, ¿cuál es tu opinión…? Y esto de la opinión merecería un artículo aparte: ¿Por qué hay que dar por sentado que tenemos que tener una opinión formada sobre todo lo que sucede? ¿Por qué es obligatorio opinar, posicionarse, sobre absolutamente todo lo que acontece? Pero a lo que vamos: al terminar el día, ¿os creéis capaces de procesar racionalmente todo el volumen de información recibido? Obviamente, no.

Saturación informativa

Llevado esto al ámbito de la comunicación formal, de las organizaciones, las empresas, las instituciones y de los llamados líderes de opinión entramos en un terreno de una complejidad extrema. Por poner un ejemplo, existen empresas u organizaciones muy proactivas en su comunicación y otras que lo son mucho menos (por decisión propia, por estrategia). Los réditos reputacionales y comerciales, en ambos casos, pueden ser parejos con estrategias de comunicación absolutamente dispares o, incluso, opuestas. En el caso de organizaciones que no tengan intereses comerciales pero que necesiten colocar su mensaje ante la opinión pública, parece que la comunicación pasa, necesariamente, por el aluvión constante y masivo de mensajes, posicionamientos, valoraciones, declaraciones, intervenciones, notas, etc… y todo ello difundido por los canales -propios y ajenos- al alcance de la organización que emite la información: medios de comunicación, redes sociales (cuantas más mejor: Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Youtube, Twitch, Telegram, Tik Tok, abiertas o cerradas, para jóvenes o adultos, de entretenimiento o informativas, da igual, aquí vale todo), páginas webs, etc.

En muchos casos, este tipo de estrategia -por llamarlo de algún modo- se sostiene en una necesidad sobrevenida, en una respuesta casi desesperada: ante tal volumen de información, en múltiples canales, de tantos tipos, en incontables formatos (video, audio, texto, imagen…) pensamos que sólo podemos llegar a nuestro público (o a la opinión pública) por saturación “informativa”: generando más, difundiendo más, opinando más… Sin percatarnos, quizás, que la saturación informativa por parte del emisor termina generando desinterés en el receptor.

Seleccionar en el ruido

Y aquí llega el dilema: el individuo, que hasta hace unos años, cuando empezó la revolución de las nuevas tecnologías, no era tan selectivo, está empezando a serlo. Y no por una decisión meditada, sino por pura supervivencia mental. ¿Qué hacer, entonces? ¿Realizar la selección previa por él? ¿Reducir el volumen y la periodicidad de la información a emitir? ¿Dejar de ver la comunicación como un instrumento en sí mismo y utilizarlo cuando, verdaderamente, tenemos algo propio que comunicar, que anunciar? ¿Valorar, posicionar y opinar menos y contar más qué hacemos y cómo lo hacemos?

Las organizaciones -sea cual sea su naturaleza- deben estar pensando, quizás, en cómo trascender el ruido para “llegar”. Simplemente “llegar” a ese individuo y que su propuesta informativa no se quede en ese magma viscoso en el que se mezclan y diluyen los mensajes, sean de amor hacia los rodaballos del Mar del Norte o para promocionar un nuevo software que convierte tu smartphone en un desfibrilador eficaz en caso de parada cardíaca, siempre que no lo lleves guardado en el bolsillo trasero del pantalón.

Quizás ha llegado el momento de empezar a reconocer que el homo technologicus empieza a no ver más “memes” de whatsapp (excepto si pone “reenviado muchas veces”), no leer muchos correos (más allá del asunto), no leer la información (más allá del titular) no ver un video (más allá de los 10 primeros segundos), no escuchar un podcast (más allá de las tres primeras palabras), no ver un informativo (más allá del sumario inicial), no poner la radio (porque siempre hay publicidad)… El individuo ha empezado a ser muy selectivo y a enviar a la papelera mucha cháchara digital que descarta sin siquiera abrirla.

No sé si esto está pasando ya, pero pasará: es fácil concluir esta posibilidad. No sé si mis reflexiones van en sentido acertado o vivo en un mundo paralelo, porque lo cierto es que, en el fondo, no tengo una opinión formada, no soy un experto -ni lo pretendo-, simplemente observo y procuro encontrar algún espacio de silencio para reflexionar sobro todo esto y dejarlo (aquí) por escrito: por si puede aportar algo al debate y la reflexión serena.