Opinión

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. Comunicación FeSMC-UGT

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. Comunicación FeSMC-UGT

La soledad del corredor de fondo

Existen hombres y mujeres que, alejados de los focos y del glamour de la cosa política, trabajan, cada día, para cambiar la sociedad: siempre a mejor. Son corredores de fondo, sin ambiciones, sin meta definida, sin cargos, sin asesores.

Correr es uno de los deportes más duros, y cuando se practica como amateur, con el único ánimo de despejar un poco el binomio mente-cuerpo, es un ejercicio en el que no existe un objetivo concreto, ni lúdico ni competitivo: correr consiste, sencillamente, en correr. Y en sufrir, a ratos, a días. Punto.

Y, sin embargo, las sensaciones posteriores a la carrera son casi indescriptibles, muy placenteras, una especie de estado de calma, armonía, felicidad difusa y cansancio revitalizante; como un dolor placentero (alejado de cualquier idea de masoquismo). En carrera, también hay instantes para el bienestar: momentos en los que la fatiga se minimiza, el ritmo cardiaco se estabiliza, la zancada se vuelve armoniosa, el cuerpo se torna ligero. De repente, te percatas de que vas corriendo con una media sonrisa en el jeto, solo por las calles, los parques, los caminos, tú y el paisaje, tú y la nada. Cuanto más practicas, más recurrentes son esos episodios de confort.

Hay corredores de fondo y velocistas. Los primeros suelen acumular kilómetros en sus piernas, los segundos suelen acortar tiempos en sus tiradas, buscan correr más rápido, generar más adrenalina, llegar antes, estar en todas partes, competir siempre, ganar, ganar y volver a ganar.

Velocistas de la política

Se me antoja un paralelismo absurdo: establecer una analogía entre un corredor y un político: políticos fondistas y velocistas; entre aquellos líderes que llegan muy pronto a la meta, que todo lo hacen muy deprisa, que llegan a una meta en loor de multitudes, reciben palmaditas en la espalda, una medalla, les hacen una o varias fotos para el recuerdo. De esos políticos tenemos muchos en España, pero, paradójicamente, son minoría si los comparamos con los miles de “políticos” que son corredores de fondo, de los que llegan a la meta (que bien pudiera ser el portal de su casa) y a los que nadie les espera: para ellos no hay medalla, ni palmadita en la espalda, ni flashes ni focos. Solamente la soledad de corredor de fondo, que se queda estirando sus músculos en la acera, antes de entrar al calor de su hogar para darse una ducha y preparar la cena. En realidad no son políticos, son militantes: hombres y mujeres que llevan media vida en su partido, o en una ONG, o en una asociación de vecinos o en un sindicato para intentar cambiar, desde la humildad y sin un objetivo concreto -como buenos fondistas que son- la vida de sus conciudadanos: siempre a mejor.

Suelen estar en los locales de su asociación, o en una mesa de negociación de un convenio, o en la agrupación del barrio, pateando las calles para conocer los problemas de los vecinos, denunciando en la Junta de Distrito las dificultades que soportan algunos centros escolares públicos, o aportando su conocimiento para asesorar a inmigrantes en la búsqueda de empleo desde su ONG. Suelen actuar desde la rutina de los días, sin aspavientos y de manera natural porque tienen muy interiorizada su labor, tan alejada de los argumentarios, el marketing político, la agenda pública, la pose y el gesto ensayado una y mil veces frente al espejo (You talkin´ to me?) o frente a tres asesores: uno de imagen, otro de prensa y el de protocolo. Estos son los velocistas, y es que van siempre a toda hostia, sólo hay que verles (y no verles); ahora están en el Congreso, la Junta, el Senado, o cualquiera de los incontables órganos de representación institucional que atesora nuestra Democracia; después en la sede del partido para reuniones en clave interna o soltando un speech en algún foro perfectamente organizado en el que ofrecen sus respuestas muy bien empaquetadas, para terminar la jornada con alguna declaración pública a la salida, sin aceptar preguntas de los periodistas («no vaya a ser que a varios de ellos les de por hacer su trabajo», piensan).

Militantes, activistas, delegados/as sindicales

De los que yo hablo, los fondistas, no llevan nada preparado, ni se desplazan con comeorejas que se pasan el día susurrándoles y maquinando estrategias en los despachos. Ellos van a pecho descubierto -incluso arriesgándose, en jornada de elecciones, políticas o sindicales- a que algún desgraciado les parta la cara, o les increpe, simplemente porque no piensan igual o porque tienen el arrojo de ofrecerles un díptico informativo en plena calle o en el hall del centro de trabajo.

Los míos, los corredores de fondo, tienen nombre; los otros, los velocistas, suelen tener cargo. Los que admiro y respeto, los fondistas, se llaman José, Guti, Miralles, Fernando (mi padre), Raquel, Luis, Sandra… y todos ellos llegan a casa después de compatibilizar su trabajo con su dedicación al resto, a todos nosotros y nosotras, y hacen que la cosa, a pesar de todo, funcione. Y funciona porque actúan en el plano real, no en el virtual, dando “like” en Twitter o firmando en change.org mientras dan un sorbo largo a su gintonic en una de las terrazas de Madrid-Libertad.

Son ellos y ellas los que consiguen que la realidad que vemos en la tele, que nos cuentan en las radios, que deglutimos en las redes, tragando todo lo que ahí nos echen, sea una realidad más amable a la par que lamentable: lo primero porque están ellos para seguir dándolo todo; lo segundo porque lo que pasa en la calle, muchas veces, no es lo que nos cuentan, tan acostumbrados como estamos a ver la realidad fragmentada y polarizada: hay una panorama silencioso que no roza el dramatismo del informativo primetime pero que está teniendo un desgaste insoportable para cientos de miles de familias que trabajan cada día y no llegan a fin de mes, que no ponen la calefacción para no gastar, que cenan montaditos de mortadela noche tras noche y que tienen que estar aguantando, además, que les hablen de que lo trendy en el circo de tres pistas (político-mediático-económico) es no subir impuestos, dotar de ayudas multimillonarias a algunas empresas para que hagan EREs o poner en duda la utilidad real del Ingreso Mínimo Vital o cualquier tipo de ayuda social para terminar con las “colas del hambre”.

Necesitamos más corredores de fondo y, sobre todo, que lleguen, más a menudo, a los lugares donde se toman las verdaderas decisiones. Y que no les venza la presión, entonces, para decidir y hacer. Y que les dejen. Que el statu quo puede alterarse si, de verdad, dejamos de creernos eso que escuchamos cada día: que todo lo que pensamos es pura utopía.