Opinión

Álvaro Vicioso | Adjto. al Sº de Acción Sindical FeSMC-UGT

Álvaro Vicioso | Adjto. al Sº de Acción Sindical FeSMC-UGT

Aprender del pasado, aportar al futuro

Dice Cicerón que no se debe evitar la vejez sino “la vejez necia”. Pero, añado yo parafraseando a un político español ya inactivo: que el que es tonto a los 70 es probable que ya lo fuera a los 20.

Qué duda cabe que vivimos tiempos de hipersensibilización en materia de lenguaje. Sensibilización que ha cristalizado en un concepto que hoy se repite, a veces de manera acrítica, como un mantra: el de la corrección política. En aras de la corrección política del lenguaje hay quien se ha tomado la licencia, incluso, de revisar obras literarias y artísticas, hechos históricos… La corrección política del lenguaje es incluso transnacional, globalizada. De modo que términos que se reprochan en determinado espacio geográfico por su indudable carga vejatoria, ya no son utilizables en ningún otro lugar. Aunque no suenen despectivos.

Las palabras aparecen como armas, a veces con mucho más valor que el de su correcto o incorrecto significado.

Es común que cualquier valoración crítica o descripción negativa de hechos se traduzca en términos como ‘criminalización’, ‘estigmatización’ o similar. (Y, por cierto, ignorando qué es lo que, en sentido estricto, se debe entender por crimen o por estigma).

¿Qué es un dinosaurio?

En este panorama de carácter general, universal diría yo, el lar patrio aporta algunas curiosas singularidades. Solo por poner un ejemplo, el nuestro debe ser el único en el que para referirse al país en el que se habita, se utiliza el término ‘Estado’. Otra, que interesa más al motivo de este artículo es la que a partir de un particular adanismo ha cristalizado en el empleo del término ‘dinosaurio’.

Un dinosaurio, en el ámbito de la vida pública española, no es el reptil terrible que evoca su significado etimológico. Dicho en román paladino, en la vida pública española un dinosaurio es un viejo. Un viejo, si se quiere, con algunos aditamentos que, se está estudiando, parece le vienen de fábrica. El dinosaurio es un pesado. El dinosaurio es un infatigable narrador de batallitas. Para el dinosaurio cualquier tiempo pasado fue mejor. El dinosaurio es un engreído sabelotodo. El dinosaurio, por tanto, adopta apariencia profesoral y tiende al condescendiente adoctrinamiento de los jóvenes y pacientes.

En realidad, lo que se espera del dinosaurio es que haga el favor de callarse de una puñetera vez. Bueno, quizás alguno menos amable, espere otra cosa, pero sería políticamente incorrecto dejarla dicha aquí.

Lo cierto es que el dinosaurio no tiene quien le proteja. Hubo un tiempo que esta labor la podía acometer el historiador. Pero hoy los historiadores están para otras cosas. Básicamente, porque la historia parece haberse convertido ahora en un, muy frecuentado, campo de batalla. De modo que el estudio de la historia exige, más que nada, disparo certero y camuflaje adecuado.

Dice Cicerón que no se debe evitar la vejez sino “la vejez necia”. Pero, añado yo parafraseando a un político español ya inactivo: que el que es tonto a los 70 es probable que ya lo fuera a los 20. Luego, quizás, si el problema existe, no lo es tanto por la edad sino por la estupidez.

Personalmente no creo en el término “edad”. Acaso somos más mayores el día del cumpleaños, el primero de enero de cada año o al regreso del descanso estival. Me temo que terminaré mis días, sin averiguar la respuesta…

La experiencia es un grado

Yo tengo 46 años. Con frecuencia se me califica como “veterano sindicalista”. Entonces, pregunto, cómo denominar a aquellos que tienen más experiencia y trayectoria vital que yo. Esos, se me responde, son “los históricos sindicalistas”. Y frente a unos y otros estarían los de la “nueva ola”. Personas que, con edad menor a la mía, pero en gran parte muy escasa experiencia en la infinidad de matices que requiere el aprendizaje del trabajo sindical en la negociación colectiva o la acción sindical en las empresas o sectores productivos de nuestro país, se erigen en paradigma de lo que debe ser la estructura de un sindicato o partido político. No niego su alta preparación de carácter técnico, pero todo o casi todo por aprender en el sindicato, y en política.

Como en realidad nada hay nuevo bajo el sol, se ignora que es bastante común a lo largo de la historia que un grupo de cualquier naturaleza y en cualquier organización se reivindique con la etiqueta de ‘nuevo’. Novedad no siempre exenta de adanismo y de ciertas pulsiones freudianas. Lo nuevo, lo sea realmente o no, pareciera que se debe ensalzar por el mero hecho de serlo.

Únicamente pretendo ilustrar el sinsentido que cada vez más se da en las organizaciones políticas y sindicales de cargar sambenitos similares para tachar de forma sencilla y tajante a quien pudiera opinar con otra visión diferente.

Colaboración intergeneracional

Y aventuro: quizás lo nuevo, por fin, consista en la colaboración intergeneracional.

Mucho más necesarios que la rivalidad o la exclusión son, a mi entender, el entendimiento y la colaboración entre edades distintas; de esto último, y no de lo primero, sacaremos provecho, pues está claro ya que es a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo al principio o al final, cuando desarrollamos nuestras capacidades, nuestra voluntad y nuestra virtud”[1].

Quizás lo nuevo consista en que los mayores acepten replegarse paulatinamente cuando las señales les anuncian el final de su ciclo, sin necesidad de que afloren cuchillos. Tampoco los del lenguaje. Y también, que los más jóvenes acepten que las fuentes del Nilo hace tiempo que fueron descubiertas y que es mejor caminar a hombros de gigantes. Porque “un enano subido a los hombros de un gigante puede ver más lejos que el propio gigante[2]

Aún estamos a tiempo de encontrar soluciones de equilibrio y buscar vías que den lugar a que nuestra juventud pueda insertarse con plenitud en la acción sindical diaria en el Sindicato y se valore su formación y capacidad de adaptación constante de forma plena.

Y todo ello, con la generosidad necesaria para rendir el debido homenaje a todos aquellos que, con conciencia de clase, acometieron luchas y obtuvieron logros en beneficios de las personas trabajadoras. Porque como en aquel viejo, pero siempre nuevo, lema: “Juntos, podemos”.

 

  • [1] Pedro Olalla, De senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón. Ed. Acantilado. Barcelona, 2018
  • [2] Robert Burton, La anatomía de la melancolía, 1621