Opinión

Afra Blanco | Responsable de Juventud FeSMC-UGT

Afra Blanco | Responsable de Juventud FeSMC-UGT

Se nos acaba el tiempo (y la paciencia)

No podemos seguir siendo jóvenes y precarios hasta los 35. Los modelos de inserción laboral para este segmento de la sociedad han fracasado. Desde FeSMC-UGT reclamamos un verdadero pacto social para sacar de la exclusión a las personas jóvenes de este país que se empeña en construir el futuro desde una gerontocracia (justo al revés de lo que dicta la evolución natural de las cosas).

Es cada vez más evidente que el mercado de trabajo es la causa principal de que los jóvenes alcancemos la ciudadanía de pleno derecho. En esta situación hasta pudiera parecer que nos hemos sometido y resignado a creer aquello de ser jóvenes hasta los 35 años.

El mercado laboral nos ha impuesto una serie de argumentos, carentes de valor alguno. Nos descubrimos utilizándolos, disculpándonos en nuestra tarea diaria para intentar, además, disimular lo verdaderamente preocupante: que la sumisión que hemos regalado solo se puede combatir alzándonos; ya no somos “personas jóvenes” ergo reclamamos y exigimos el poder ser ciudadanos y ciudadanas en su pleno ejercicio.

Derribar la invisible, pero cada vez más gruesa, muralla que la edad e intereses diversos ha construido entre generaciones de personas trabajadoras debe ser el principal objetivo para que las conquistas laborales no decaigan. Generando circulación y regeneración a golpe de denuncia y reafirmación, para así dar paso a toda esa generación que nos encontramos de manera intermitente, durante ya demasiado tiempo, en esta vergonzante transición.

No tan jóvenes

No deberíamos seguir coparticipando en la eterna propuesta de medidas concretas para una juventud que ya no es joven. Aceptémoslas y aceptémonos como generaciones en exclusión social. O, en caso de no hacerlo, seamos francos y no vistamos de realidad juvenil aquello que en realidad se llama actualidad, presente y futuro de las relaciones laborales.

A  esas personas, organizaciones y gobiernos que defendieron e implementaron mil y una propuestas para la inserción y promoción laboral de la “juventud”, sería apropiado entonces decirles que nada ha funcionado. Y, además,  recordarles que antaño la misma se ubicaba en los doce años, los que hoy la señalan la vivieron a los dieciséis, sus hijos a los veintipocos y hoy se eleva presuntamente a los treinta y a saber…

Intereses del mercado (no hablamos de otra cosa), fina, cuidadosa y curiosamente construidos para que, de modo indetectable, hicieran de nosotros y nosotras protagonistas de -no esa primera experiencia laboral que se alarga demasiado por crisis varias hasta alcanzar la serenidad laboral- un denominador común del mercado basado en la “hiperflexibilidad” impuesta.

Aunque tampoco se nos escapa que, por desgracia, el mercado ha encontrado entre sus más notables miembros algo muy potentado y eficaz para sus intereses: el miedo. Dicen de nosotros que tenemos poca experiencia, argumento baladí (antes les faltaba a ellos); o que estamos hipercualificados y ello puede que asuste a demasiadas personas como para hablar de competitividad real. Y, tanto si es así como si no, es terriblemente curioso y peligroso que nuestro reconocimiento dependa de personas que hoy son juez y parte.

Por lo que, si asumimos que ya no somos esa “juventud rebelde” que genera desconfianza en el rol empresarial, si abandonamos esa postura derrotista, cómplice y sumisa, nos vemos obligamos entonces a reclamar nuestro derecho a ser iguales. Y así, con este punto de partida, podremos trabajar, analizar y elevar propuestas realistas para quienes nos consideramos personas adultas desde todos los prismas.

Otro gran reto pasa por señalar las actitudes falsamente paternalistas que nos retroalimentan y consolidan en la aceptación de esta absurda condición de jóvenes a los treinta y cinco. Básicamente por sabernos la generación que no se identifica con la adolescencia, ansía abandonar la juventud y sólo puede reconocerse en las necesidades, derechos y deberes de la persona adulta.

Modelo de inserción laboral fracasado

Las grandes diferencias que encontramos entre generaciones, y que hoy abofetean los datos, son la temporalidad y la parcialidad impuesta (salarios bajos, horas complementarias, derechos no reconocidos, inestabilidad y precariedad…). Generando así la oportunidad perfecta para el abuso y la explotación e implementando un nuevo modelo a partir de los más jóvenes. La inserción laboral “juvenil” se establece al mismo ritmo que crece la precarización de las relaciones laborales.

Ansiar la renovación del contrato por necesidad vital nos obliga en muchas ocasiones a otorgar concesiones que, desde FeSMC-UGT y su Departamento de Juventud seguiremos señalando para que sean erradicadas desde el enorme y poderoso espacio que nos ofrece el dialogo social y la negociación colectiva.

Sincerémonos, ninguna medida para la inserción laboral estable y con garantías puede implementarse hoy con la intolerable oportunidad que tienen las empresas en la renovación constante de personal a partir del contrato temporal, no fidelizando así las relaciones y retorciendo la normativa hasta quebrarla.

En el desarrollo de actividades de ámbito privado y, para mayor concreción, en el de los sectores de actividades vinculados a los servicios, es en el que detectamos un menor impacto de las medidas para la ocupación “juvenil” en condiciones de estabilidad y seguridad.

Contrato de relevo

Una de las medidas más “aplaudidas” que hoy podemos encontrar dirigida al empleo de las personas jóvenes es el contrato relevo. Oportunidad en esencia excepcional para garantizar la entrada de nuevas personas trabajadoras y favorecer la convivencia en el seno de los centros de trabajo de las diversas experiencias y conocimientos; para la seguridad y estabilidad de las grandes conquistas sindicales haciendo que estas no decaigan; para evitar las suplantaciones de puestos de trabajo, la destrucción injustificada o modificación sustancial de condiciones; para garantizar, finalmente, la evolución justa de la actividad, situando en la base para ello: la justicia social, la equidad, la igualdad y la solidaridad laboral. Siendo todo ello algo que jamás podrá abrazarse mientras persista la connivencia de las partes hacia el abuso, injustificado, de los contratos temporales.

Hoy, sectores enteros de actividad económica mantienen casi la totalidad de sus relaciones vinculadas a la temporalidad de sus plantillas laborales. Resulta importante recordar que el contrato temporal debe ser de aplicación y realización en los casos de incremento en la productividad puntual por un periodo de tiempo definido (esa es/fue su naturaleza en su concepción). Pese a ello, ciertas actividades económicas lo han estandarizado hasta convertirlo en el contrato estrella con el que tiene que sobrevivir un porcentaje importante de los trabajadores y las trabajadoras.

“Mejor eso que nada” defienden algunas voces: pan para hoy y hambre para mañana. No podemos permitirnos olvidar que no hay empresas, ni actividad económica, sin nuestra capacidad de trabajo. Y que no hay que salvar a las empresas, se tienen que rescatar empresas para salvar a sus personas trabajadoras -el concepto lo cambia todo. Y es que estamos ante un terrible “mantra” debido a la entrada y salida constante de plantillas; ni patronales, ni nosotros mismos hoy fidelizamos relaciones. En consecuencia, nadie puede relevarlas por una simple motivación: no existen condiciones para ser relevadas. Se pierde la herencia en los derechos laborales.

Un nuevo pacto social por las personas jóvenes

Para poder avanzar y no perder las conquistas laborales alcanzadas se hace necesario que reconozcamos la actualidad, reciclemos las propuestas y las adaptemos a un mercado que a su vez debe reajustarse.

Es necesario realizar una radiografía sincera de “la juventud”, de sus dolencias y del impacto que las medidas han alcanzado en los últimos años. Para, a partir de ella, proponer un debate serio y sincero alejado de la vorágine mediática que el simple término “juvenil” genera. Y afrontar una serie de acciones, de alcance social para todos y todas, que permitan hacer de nosotros/as personas trabajadoras en el pleno y real ejercicio de derechos y deberes.

Las personas a las que hoy llamamos “juventud” somos un demoledor grupo de riesgo: claros dependientes de ingresos estables ajenos, ingresos propios titubeantes y promesas de mejora solo presentes en programas electorales. No permitamos que se eternice esta situación hasta ahogar también en ella a nuestras futuras generaciones. Reconozcámonos/les como tales, pongamos solución a nuestro abandono con un estudio exhaustivo, elevemos propuestas desde el consenso más transversal posible y rechacemos esa realidad como algo estándar para los que vendrán.

Derribemos la muralla y recuperemos el derecho a ser iguales; las generaciones venideras necesitaran la equidad para alcanzar la igualdad. No podemos olvidar que la clase trabajadora tiene memoria, tiene derechos y tiene deberes y estos no decaen en función del año en que nacemos.