Opinión

Miguel Ángel Cilleros | Secretario General de FeSMC-UGT

Miguel Ángel Cilleros | Secretario General de FeSMC-UGT

Nueva normalidad: una vía de doble sentido

Superado el estado de alarma y llegados a la «nueva normalidad» debemos encontrar el punto de equilibrio entre la precipitación y la inacción, que es tanto como conciliar la salud pública con la necesidad de trabajar para vivir.

Tras 98 días de estado de alarma -una medida excepcional que, por culpa de la pandemia global provocada por el Covid-19, ha tenido que ser asumida por la población como una necesidad para la salud pública- entramos en lo que han dado en llamar “nueva normalidad”, un concepto eufemístico que nos acerca a la normalidad pero que no nos permite recuperarla definitivamente. No mientras el virus siga presente entre nosotros y nosotras -como nos recuerdan, acertadamente, las autoridades sanitarias y los profesionales médicos que se han dejado la piel en los peores días de esta tragedia- en un estado de latencia que debemos vigilar y controlar, adoptando todas las medidas oportunas, muy interiorizadas, en general, por la mayoría de la población y, sobre todo, no bajando la guardia, no cediendo a la relajación.

Servicios esenciales

En este tiempo hemos podido comprobar, entre tantas cosas, cómo los profesionales de algunos sectores de actividad vinculados a los servicios se han revelado esenciales para la comunidad, para el interés general. Los mismos profesionales y las mismas actividades que, desde hace años, vienen padeciendo cierta forma de sutil desprecio por parte de empresas, instituciones y sociedad en general que los consideraba trabajadores de segunda, borrachos como estábamos de esa tendencia tan de ahora de valorar, solamente, profesiones y perfiles altamente cualificados, muy técnicos, tecnológicos, de gestión, económicos… como si poner un desayuno en la barra, velar por la seguridad en el suburbano, atender en un comercio o reponer los lineales del supermercado no fueran actividades “estratégicas” para la vida de un país, para el bienestar de sus ciudadanos. Me pregunto si conocen, realmente, el significado de estratégico.

Una de las razones que me llevan a agradecer, profundamente, el esfuerzo y la labor realizada por los profesionales que, durante los días más duros del confinamiento, lograron con su trabajo que el país siguiera funcionando en tareas esenciales, que todos pudiéramos disponer de unos servicios básicos como las telecomunicaciones, el comercio de alimentación, la vigilancia, la limpieza, el transporte de mercancías, los medios de comunicación o la atención telefónica (contact center), entre muchos otros, es que tengo la certeza absoluta de que su papel en sociedad, como señalaba anteriormente, nunca fue debidamente reconocido. Ese elitismo que impregna el modelo de convivencia actual, propio de una visión hipercompetitiva vinculada al mercado de trabajo, en el que tenemos trabajadores de primera y de segunda, debe ser superada definitivamente, y ha tenido que venir una pandemia global para que nos demos cuenta.

Recuperar la actividad productiva

En definitiva, las consecuencias de este desafío al que nos enfrentamos ya las estamos percibiendo, tanto en el ámbito de la salud pública como de la economía. En el primero hemos conseguido controlar la expansión del virus, en el segundo se atisban síntomas de que el hundimiento económico puede que no sea tan severo y la recuperación, quizás, más temprana. Aunque todo dependerá de cómo se vayan haciendo las cosas. Una vez más, los discursos catastrofistas han quedado matizados y se ha demostrado que ciertos instrumentos como los ERTEs se han revelado pieza clave para afrontar un contexto económico muy adverso causado por el parón de la actividad productiva en todo el país.

Sin embargo, sería un grave error entregarse al exceso de confianza. Ir superando fases no significa que el camino sea sólo de ida (la “nueva normalidad” es una vía de doble sentido); reactivar la economía no excluye que ésta tenga que volver a frenarse en seco; que se vuelva a decretar el estado de alarma no es un espejismo. Todo dependerá del grado de responsabilidad de la ciudadanía, de las decisiones acertadas que sean capaces de tomar las administraciones públicas, de encontrar el punto de equilibrio entre la precipitación y la inacción, que es tanto como conciliar la salud pública con la necesidad de trabajar para vivir.