Opinión

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. de Comunicación FeSMC-UGT

Marcos Ruiz Cercas | Dpto. de Comunicación FeSMC-UGT

Boxeo, metáfora del feminismo

“El boxeo como metáfora de la vida” es una de las frases más recurrentes vinculadas a este deporte, y sobran razones para entenderlo así, cuando la vida, en muchos casos, es una lucha por asaltos entre breves espacios temporales para el descanso: la recuperación del aliento. Y es que hay vidas muy jodidas y luchadoras que son ejemplo de superación existencial, de cómo librar un combate sabiendo no sólo encajar golpes sino, también, evitarlos porque “a veces, para ganar en el boxeo, hay que moverse hacia atrás” (Million Dollar Baby).

La deportista española Joana Pastrana, tricampeona del mundo de boxeo, se ha convertido en un referente para muchas jóvenes que practican este deporte, una disciplina que se ha puesto de moda y cuya práctica va en aumento entre todo tipo de personas y perfiles, edades y géneros. En parte gracias al “lavado de imagen” que los profesionales de este deporte han sabido imprimir al mismo: los nuevos clubes de boxeo integran todo el entrenamiento clásico de esta disciplina, incluyendo aspectos técnicos y trabajo por parejas con intercambio de golpes coreografiados, pero descartando el conocido “guanteo”, es decir, el combate. Se ha superado, además, el concepto caduco del gimnasio en el que las paredes desconchadas y la mezcla de aromas de dudoso gusto impregnaban una atmósfera saturada de testosterona. Hoy, los clubes de boxeo son espacios cuidados al milímetro, equipados con todo tipo de complementos para la práctica deportiva y, lo más importante, con entrenadores o instructores que dominan no sólo el boxeo sino las técnicas de comunicación con sus alumnos y alumnas: ya no escucharéis frases supuestamente motivadoras durante el entrenamiento basadas en el grito, la palabra malsonante y expresiones soeces o machistas.

El boxeo como práctica popular está dejando de ser ese deporte que muchos han querido ver como la lucha brutal, primitiva, entre dos personas. Y sin entrar, ahora, en los matices que tiene este deporte (también, valores) en su aspecto técnico y en la posibilidad de practicarlo protegido y con normas de contacto muy estrictas, sería bueno reconocer lo que está aportando a un colectivo muy concreto: las mujeres.

Visibilidad y feminismo

Empecemos por lo más evidente: la visibilización de este deporte en la práctica femenina. «Cuando empecé en el boxeo no tuve referentes femeninos, ahora yo espero serlo para otras mujeres», reconoce Joanna Pastrana. Y añade: “El feminismo ha dado visibilidad al deporte femenino”. Es decir, visibilidad y feminismo han sido dos instrumentos fundamentales para que la mujer, como profesional de un deporte -es decir, trabajadora que se gana la vida en una disciplina deportiva concreta- alcance no sólo el reconocimiento de la opinión pública sino de la propia sociedad, lo que, necesariamente, debe trasladarse en unas condiciones de trabajo y salariales dignas.

Esto lo estamos viendo en los últimos meses con el fútbol femenino, donde UGT se está implicando de lleno para conseguir un convenio colectivo que dignifique laboralmente a estas profesionales de élite. Lamentablemente, hay muchos otros deportes y profesionales que viven (malviven) entrenando y compitiendo, y no alcanzan el reconocimiento que merecen: ni social ni laboral.

Feminismo: técnica e inteligencia

En el ensayo Del boxeo, la autora Joyce Carol Oates escribe: “El boxeador se enfrenta a un contrincante que es una distorsión onírica de sí mismo en el sentido de que sus debilidades, errores, heridas, desaciertos intelectuales, todo, pueden ser interpretados como puntos fuertes de El Otro”, es decir, tu contrincante. Esta idea expresa con precisión y cierta poética que en la lucha con aquello a lo que te enfrentas, tus errores condicionan la posibilidad de victoria, pero también son la manifestación de las capacidades de tu oponente. Y esto sirve para entender la lucha que las mujeres vienen librando contra la desigualdad en una sociedad que las ningunea por sistema, por tradición, por arraigo cultural. Vencer esos obstáculos no sólo requiere fuerza sino, también, técnica e inteligencia, como en el boxeo. El feminismo ha aportado esa inteligencia estratégica necesaria para que la lucha por los derechos de las mujeres en la sociedad de nuestro tiempo pueda empezar a vislumbrarse como un objetivo alcanzable (a pesar de que, aún, queda camino por recorrer). La fuerza viene de la unión de todas ellas, que cada vez son más: lo vimos en las calles, el pasado #25N, contra la violencia de género; y cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

A finales de los 90, siendo un joven veinteañero, practicaba boxeo en uno de esos gimnasios decadentes que antes citaba, donde no había ni una sola chica. Hoy, dos décadas después, practico el mismo deporte, pero hay cosas que han cambiado: la clase es un equilibrio de género donde mujeres motivadas, técnicamente competentes y bien entrenadas pueden llegar a dar una lección de boxeo a su “contrincante” masculino (y, ya puestas, a un potencial agresor o acosador al que romper la boca antes de salir corriendo). Su lucha por hacerse un hueco en un deporte tradicionalmente masculinizado es la misma que llevó a cabo la tres veces campeona del mundo Joana Pastrana; la lucha por ir ocupando espacios que, en otros tiempos, les estaban vedados. Esto es tan sólo una metáfora de lo que está pasando, de cómo el feminismo ha sido el instrumento que ha articulado la expansión de la mujer a ámbitos de poder y decisión que, tradicionalmente, venían siendo ocupados por hombres (consejos de administración, órganos de dirección, instituciones, partidos políticos, etc). Porque, al final, la metáfora boxística no sólo sirve para la vida sino, también, para la lucha: ahora, más que nunca, de las mujeres.