Opinión

Fernando Ruiz Cerrato

Afiliado a UGT

Justicia tardía para un hecho despreciable

Más de trece años después del accidente del Yak-42, que costó la vida a 62 militares españoles, el Consejo de Estado ha responsabilizado de aquella tragedia al Gobierno del Partido Popular, a cuyo frente en aquel tiempo se encontraba José María Aznar.

En Francia, en uno de los frentes durante la Primera Guerra Mundial, un soldado se presenta ante el coronel para transmitirle un mensaje: “Acaban de matar al sargento Barousse, mi coronel”. “¿Y qué más?”, interroga el oficial. “Lo han matado cuando iba a buscar el furgón del pan, en la carretera de Etrapes, mi coronel”, responde el soldado. “¿Y qué más?, inquiere el coronel. “¡Lo ha reventado un obús!, precisa el infante. “¿Y qué más, hostias?, replica el superior con violencia. “Nada más, mi coronel…”, dice desconcertado el combatiente. “¿Eso es todo?”, interpela el jefe. “Sí, eso es todo, mi coronel”, manifiesta el quinto. “¿Y el pan?”, pregunta finalmente el coronel.

Más de trece años después del accidente del Yak-42, que costó la vida a 62 militares españoles, el Consejo de Estado ha responsabilizado de aquella tragedia al Gobierno del Partido Popular –a cuyo frente en aquel tiempo se encontraba José María Aznar–, aduciendo que el Ministerio de Defensa, cuyo titular entonces era Federico Trillo, no hizo lo necesario para garantizar la seguridad de las tropas, al obviar los informes que el Centro de Inteligencia y Seguridad del Ejército realizó con anterioridad advirtiendo de la peligrosidad de los traslados por las malas condiciones de los aviones.

De los 149.000 euros que Defensa desembolsó por el Yak-42 –avión de carga de los fletados en países de la antigua URSS, sin el adecuado mantenimiento y con tripulaciones agotadas por el estrés y la suma descontrolada de horas de vuelo–, sólo 36.500 euros fueron a parar a la compañía operadora, yendo el resto a otras cuatro subcontratas. Una fórmula, como se ve, harto practicada a lo largo de los mandatos de la derecha en este país, donde el dinero público se destina al bolsillo de tanto cuatrero.

El bochorno que ocasionó la identificación de los militares fallecidos ha quedado como referencia de las malas artes políticas en la memoria de una ciudadanía impresionada por la tragedia –ni que decir tiene cómo afectó a los familiares–, donde se llegó al falseamiento de la identidad de la mitad de ellos, e incluso –como se apuntó– mezclando aleatoriamente sus restos de manera precipitada por dar carpetazo al asunto, con el colofón de un funeral de Estado hecho de prisa y corriendo. La Justicia, tan poco justiciera con ciertos poderes, hizo lo propio en este caso: exonerar a los máximos responsables y sentenciar con liviandad a cuatro cabezas de turco.

Es ahora, al cabo de los años, cuando un organismo oficial como el Consejo de Estado concede con su dictamen la reparación necesaria a los deudos y al propio país, a la vez que pone en evidencia, por si no hubiera sido suficiente, el desvergonzado proceder de autoridades y organismos políticos, administrativos y judiciales desde el primer minuto de tan infausta fecha. El que fuera ministro de Defensa en aquellos días, Federico Trillo Figueroa, hipócrita donde los haya y mal sujeto, fue premiado sin embargo por el Gobierno de Rajoy con la Embajada española en Londres, pasando por alto todos los requisitos diplomáticos. Y ahí sigue, ofreciendo con su presencia pública ostentosa afrenta a la dignidad de unos militares, de una institución y de un pueblo. Como igual de ofensivo es el comportamiento de Mariano Rajoy, que persiste en su actitud de indiferencia habitual, como si la cosa no fuera con él.

La historia relatada al inicio de este comentario está extraída del libro “Viaje al fin de la noche”, del escritor francés Louis-Ferdinand Celine –antimilitarista, de prosa descarnada y de notable influencia en posteriores narradores–, y vale como ejemplo de lo que verdaderamente conviene al poder, sea el que sea y en la situación que sea. Si al coronel francés le traía al pairo la muerte de uno de sus suboficiales, importándole exclusivamente la carga de pan que transportaba, de igual manera al ministro de Defensa Federico Trillo, al Gobierno del Partido Popular y a los altos mandos militares responsables lo único que les incumbió en aquel momento –y siempre– fue salir airosos del trago y dar cuanto antes carpetazo al asunto sin importar las consecuencias ni el dolor de las familias de los fallecidos. Deleznable conducta de quienes alardean de amor a la patria, al himno y a la bandera. Hojalata pura su patriotismo.